sábado, 12 de enero de 2013

La Vida Imaginaria - Mara Torres




Es fácil acabar este pequeño y ameno libro y pensar: "He leído una versión edulcorada del Factotum de Bukowski". En apenas doscientas páginas -que en cualquier otro formato no superaría las cien- se desarrolla la vida de Fortunata "Nata" Fortuna, una chica que acaba de romper con su pareja durante tres años, Alberto. 

La chica, que sale de un mundo color de rosa, se encuentra con la realidad del día a día, y con lo aburrida que puede llegar a ser la vida sin un mensaje en el móvil. Nata deambulará entre la ficción y la realidad para salir de un bache profundo. La gran virtud que Mara Torres tiene en esta novela, es la capacidad de narrar escenas que son muy difíciles de plasmar en el papel. La sensación de divagar y de repente incrustarse en la realidad con un "¿Me estás escuchando?", o dejar la mente volar con los tal vez que nunca se convierten en hechos. Estos momentos, más típicos en la gran pantalla o en las series de televisión, 

A pesar de esta seña de identidad, que seguramente persiga a su autora durante las próximas publicaciones, Nata es un personaje con rasgos demasiado contradictorios, y a veces chocan su pureza en algunos aspectos con su ligereza en otros. Da que pensar que Mara Torres en algún momento -desconozco en que ejemplos- ha dejado fluir sus ideales, en lugar de marginar a Nata y formarla de manera independiente.

Pese a todo es muy buena señal que libros de este calibre salgan a la la luz. Textos donde se habla de la crisis, y se enseñan todas sus vertientes y opiniones, donde el amor, pese a estar a flor de piel, a veces queda en segundo plano. Un libro "fast-food" que se devora en pocos bocados, recomendado para aquellos que tengan un rato libre y mal de amores. 




1 comentario:

  1. Floto.
    Antes de salir de casa he batido un poco de detergente con agua y me he hecho una pompa de jabón para ir a currar. Me he metido dentro, he puesto la canción de Mauro, he volado por encima de todos los edificios, he atravesado en paseo de la Castellana y, como iba bien de tiempo, me he desviado para volar un rato por el Jardín Botánico. Nada es comparable a la panorámica que te da del mundo una burbuja de jabón.

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