jueves, 20 de junio de 2013

El Gran Gatsby: El nacimiento de la ostentación


Una época muy fácil de vivir, ese 1925 que Scott Fitzgerald llevó a la novela norteamericana. El Gran Gatsby, ese momento de ebullición estadounidense tras salir vencedores de la primera guerra mundial, con las industrias a toda potencia y el dinero fácil en cada droguería o en cada bar de Nueva York.

La enésima adaptación, esta vez de Baz Luhrmann, consigue mostrar a la perfección mediante dos maneras -la dirección artística y la sencillez de la historia-, el espíritu de ambición que tenían todos y cada uno de los neoyorquinos, a la vez que cada pez gordo de Wall Street babeaba con un fajo de dólares diarios. 

Faltaban solo cuatro años para que un jueves negro de 1929 llevase a la ruina un sistema económico que parecía indestructible e inagotable -es posible que vean similitudes con la actualidad-. En ese momento, Fitzgerald se dio cuenta de que solo importaban dos cosas en las mentes de los ciudadanos de clase media: El mejor coche, la casa más grande, la alfombra más antigua, la fiesta más salvaje, la apariencia mejor llevada. Vender bonos en la bolsa era algo mucho más útil que ser escritor, un trabajo absurdo e inerte

De la mano de Leonardo DiCaprio,Tobey MaguireCarey MulliganJoel Edgerton, el director nos traslada la enorme crisis de valores que se vivió justo en el auge de la economía, en los momentos previos a su caída más dolorosa -insisto, no sé si esto les suena de algo- para remontar con una gran depresión social por medio. 

Luhrmann, al que le han llovido críticas por cada frente donde ha llevado su película, juega con las cámaras igual que hiciese en Moulin Rouge y con el guión como en Romeo + Julieta. El homenaje que rinde a la fotografía es inmenso, solo igualado con la música. Francis Scott Fitzgerald quiso transmitir en esta novela el nacimiento del jazz, como la ciudad de las luces respiraba música por cada costado. 

Con Lana de Rey, con Jay Z y mil músicos más, consigue hacer que el espectador sienta que el jazz -estilo que tenemos ya interiorizado y en muchos círculos eliminado- suene novedoso, para que desde la butaca uno sienta que forma parte de ese mundo donde el alcohol está prohibido si no sabes moverte bien. 

Con unas actuaciones soberbias - no puedo evitar odiar a Tobey 'Spiderman' Maguire con su cara de novato habitual- se hace mucho más sencillo entrar en el juego del s.XX. Esa sensación de Gatsby de cumplir "el sueño americano" por lo civil o lo criminal, esa necesidad de ser 'alguien' en la vida, ese odio a la mediocridad o a lo anormal, esa esencia americana de la que han bebido durante toda la historia, ese núcleo tiene lugar en el film injustamente acribillado. 

La lucha del progreso contra el progreso. El nuevo rico que intenta hacer mucho ruido y reír muy alto, contra el anacrónico multimillonario que detesta al minero que le hace ganarse el pan. Ese perder el norte sin remedio, ese "y ahora hacia dónde", y esas páginas escritas hace 88 años -yo diría que 88 días- se llevan al cine con un tremendo dolor por ver cómo el ser humano tropieza, mira la piedra y se la enseña a su hijo, olvidándose de mostrar la lección al nieto.











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